jueves, 28 de mayo de 2009

Hoy no muero lentamente


He decidido contar el recorrido de un día, de un miércoles en mi vida ¿y saben porque elegí este día y no otro? Porque simplemente salí de la rutina de la semana.

Ese día me desperté a las 8 AM. Desayuné un te con limón rapidito y me fui al escritorio a estudiar para la facultad hasta las 17:30hs. No me extiendo mucho en contar que hice en esta franja horaria porque no tengo con que: además de estudiar, lo único que podría agregar es que al mediodía paré a almorzar un rico arroz con pollo que preparó mi suegra.

Ya las 17:30hs el reloj me golpeaba la espalda para recordarme que debía irme. Estaba muy cansada, guardé los apuntes y en mis ojos seguían pasando letras, palabras, autores, filósofos, etc. Guardé todo, me peiné y me puse la campera ya que hoy es uno de los pocos días fríos de este otoño. Mientras esperaba en el auto a mi novio puse música de mi celular, eso me distraía un poco después de lo cansador que fue el día. Sentía olor a cigarrillo, odio el cigarrillo. Arrancamos. Debido a la construcción de un túnel en Boulogne hay que dar un par de vueltas más de lo normal para agarrar Panamericana, pasamos por el centro y Alejandro Sanz me mira desde la vidriera de una disquería Las motos se cruzan por los costados, el frente, detrás, hasta por arriba para exagerar. Veo una vidriera repleta de zapatillas deportivas, del techo al suelo y pienso en cuantos niños veo en el tren descalzos en invierno. Casi todo lo que hago me lleva a odiar más al sistema, tal vez ya estoy muy obsesionada buscando cada detalle malo que le pueda encontrar, pero no le puedo hacer nada, por ahora soy así (y espero seguir siéndolo). Hay mucha gente esperando el colectivo, seguramente para volver a sus casas después de la jornada laboral (por cierto hoy se cumplen dos meses desde que renuncie, por ahora, la mejor decisión que he tomado en el año) todas sus caras se ven cansadas, agotadas y amargadas, ¿mi cara se vería así dos meses atrás? Solo dos personas se ven alegres y como es de esperarse es una parejita enamorada, las parejas suelen sonreír en las paradas. Tal vez no es tan mala ida trabajar con tu novio, en ese sentido por lo menos. Por mi ventana pasa un chico en bicicleta con un buzo de egresados, me hace pensar en el poco viaje que tenía antes, cuando el colegio me quedaba a ocho cuadras ¡Que grande es el cambio cuando terminas la secundaria!: de un día para el otro salís a trabajar, responsabilidades, impuestos, horarios, bancos, jefes, compañeros de oficina, es un mundo nuevo lleno de obligaciones y expectativas provenientes de “los otros”. Esos otros dicen que debes estudiar una carrera universitaria, que debes trabajar en una oficina, que debes tener un jefe que te explote y luego dar vuelta los papeles y si no lo haces aparecerá siempre en la boca de señoras arrugadas a los 40 años por el strees frases como “es un vago”, “algún momento debe sentar cabeza”, “ya se va a arrepentir”, “¿que va a hacer de su vida?”. El sistema otra vez…en fin, mientras pensaba todo esto no noté que el cielo se puso colorado, ¿fenómeno climático o estará avergonzado? Veo muchas cosas rojas, por ejemplo las luces traseras de los autos lo son, y el semáforo. Me pregunto porque abran elegido ese color para dar a entender que se debe parar. El rojo es el color del amor, de la sangre, de la pasión, de lo erótico, ósea, de lo que se mira de costado, escondido y avergonzado en esta sociedad hipócrita. Entonces ¿Rojo=Sexo=Pare=Malo?...me estoy yendo de tema, no viene al caso explicar lo que pienso con esto. Ya estamos en General Paz y en mi celular suena Fito Paez. Las calles están empapeladas con gente que promete y no cumple, ¡que pasé ya el 28 de Junio así dejo de verle las caras! Igualmente no voy a poder librarme de la publicidad, por la autopista esta lleno de esos carteles gigantes que te muestran la ropa más cara, los autos más lujosos, los viajes más extravagantes, ósea, lo innecesario. Ya estamos en Lugones y un colectivo tiene estampado la frase “Mira todo lo que se puede ver desde arriba” de ARBA. Una vez en Palermo el tráfico es impresionante, diez minutos para hacer tres cuadras y estacionar el auto. Por fin estacionamos. Nos bajamos y vamos caminando hasta la boca del subte. Me despido de mi novio, “te voy a extrañar” le digo y un beso. El se va al subte y yo al San Martín, saco el boleto y justo viene el tren ¡por suerte!, no tenía ganas de esperarlo. Me subo y me hago flaquita para pasar entre toda la gente y llegar hasta la mitad del vagón. Me detengo al lado de una chica que tenía un tapado fucsia llamativo, muy llamativo, con una cartera de leopardo. Ahora entenderán porque acentúe lo de llamativo. El contraste esta bueno, no me vería nunca dentro de ese tapado ni con esa cosa colgando, pero esta bueno que haya gente que haga más colorido el otoño. Los tonos marrones, beiges, verdes y negros se ven por todas parte…Me pregunto como serán los zapatos que lleva esta chica. No llego a verlos, estoy muy apretada como para poder inclinar el cuerpo a mirar. Uso la imaginación y veo un taco alto con un rojo furioso. Ya estamos por Devoto y huelo que alguien se acaba de poner un chicle en la boca, que rico olor, lastima que se va enseguida. En un simple vistazo al vagón puedo contar a nueve personas con auriculares, y si no me hubiera olvidado el mío seríamos diez. El tren acaba de parar en caseros y mi muñeca al rozar la mano de una chica se llena de electricidad que me hace sacarla de inmediato ¿Qué le estaría pasando para estar tan cargada? ¿O que me…? Yo creo estar bien, lo único que puedo resaltar es que tengo hambre, ¡por suerte ya estoy por llegar! Me voy acercando a la puerta, buscando huecos para avanzar y en el trayecto se me cae la lapicera con la cual anotaba características del viaje para el trabajo de Taller de Expresión. Agacharme y agarrarla entre toda la multitud de gente sería una locura, a menos que quiera que me puteen, así que la lapicera siguió viaje hasta Pilar solita. Al fin el tren se para en la estación más esperada por mi, Hurlingham. Voy caminando las ocho cuadras que me separan de mi casa y ahora estoy terminando de escribir al lado de mi estufa que tarda mucho en calentarse, y antes de terminar mi relato voy a revelarles porque elegí este día “distinto”:

Generalmente me tomo el subte con mi novio. El baja en Tribunales, yo sigo hasta 9 de Julio para combinar con la C hasta Mariano Moreno e ir a ARGRA donde estudio para Reportera Gráfica. Pero hoy no. ¿Y que tiene esto de importante? El hecho de no estar trabajando me hace estar cien por ciento dedicada al estudio, tanto, que por más que esté sumamente cansada me daría culpa faltar a clase (otra vez el sistema y su presión). Mientras iba en el auto hacía capital, en mi cuaderno de anotaciones veo en las primeras hojas un poema que su primea frase dice: “Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos loa días los mismos trayectos”. Y ahí lo decidí:

Hoy tuve ganas de cambiar el camino, de descansar, y no me siento culpable por eso, digan lo que digan: ¡Hogar dulce hogar!




Mariel L. Villamayor Güino

Charla de té


Un hombre en París va a la Casa de Gobierno, recibe un millón de dólares, vuelve a su casa en Raims, se suicida.

- ¿Té, café, limonada?

- Té por favor, si tenes de frutilla mejor.

- No, tengo de limón o común.

- Común entonces.

- Enseguida. Yo voy a tomar uno con limón – A la nona Leca le encanta todo lo que sea con Limón. – Por que me encanta todo lo que sea con limón.

- ¡Hay no! A mi no me gusta para nada, de vez en cuando tomo alguno solo por que una vecina me comentó que es bueno para el dolor de cabeza.

- ¡Dolor de cabeza! A mi lo único que puede sacarme el dolor de cabeza es que todo este revuelto se termine. Parece un concierto con un pésimo director.

- Si, pero ayer hicieron algo para destacar, ¿te enteraste?

- No, ¿Qué cosa?

- ¿Viste la Mata Hari? La bailarina exótica tan conocida por su belleza que deslumbraba y pervertía a cualquier hombre fue arrestada por traición. Se acostaba con altos políticos y militares, seduciéndolos para que le cuenten entre las sabanas los secretos de estado y las estrategias a seguir para luego informarle a Alemania. Al parecer captaron un mensaje que decía que un agente alemán encubierto iría a París y extraería cierta cantidad de dinero de un banco. Ese agente era ella, Mata Hari. Hoy la fusilaron. Dicen que tuvieron que vendarle los ojos al pelotón para que no sucumbiera ante su belleza. De los catorce tiros solo cuatro acertaron y uno directo en el corazón. Antes de morir grito que la podían acusar de ramera, pero jamás de traición, y se despidió tirando un beso a la patrulla.

- ¡Muy bien hecho, por una loca así podemos terminar todos mal! Debemos estar agradecidas de poder estar tomando el té juntas aún…un día, quien sabe que pueda pasar…igual sinceramente, me vendría bastante bien algo así. Lo que me causó tanto dolor al mismo tiempo puede quitármelo en un suspiro si el destino así lo quiere…y es lo que yo quiero, no soporto más verlo así.

- ¿Cómo esta él?

- Cada día peor. Ya casi ni habla, es más, se pone furioso si le sacas el tema. Come como un pajarito y se la pasa encerrado en ese galponsucho oloroso todo el día.

- ¿Qué hace ahí?

- Y, dice que está trabajando.

- Pero, ¿no era que lo habían retirado por lo de…? Ya sabes, me da escalofríos decirlo.

- ¿Por lo de la amputación? Si. Y justamente ese es su problema. ¡El era tan activo!, el hecho de que de un día para el otro lo hayan sacado del campo no lo dejaba dormir. Estuvo semanas pensando como podría reintegrarse, y como sabe mucho de todas esas nuevas tecnologías que hay ahora (que por cierto yo no entiendo nada), se le ocurrió proponerles que lo tomaran para armar, reparar e inventar artefactos que necesiten y como no le es necesaria la pierna para hacerlo lo aceptaron y hace el trabajo desde casa. Eso por suerte le levantó mucho el ánimo, por lo tanto a mí también…puede sonar feo que lo diga, nunca se lo diría a él porque me mataría, pero prefiero que esté así y seguro bajo mí techo a que esté allí afuera prendido de la suerte. Obviamente que ese concierto horrendo puede llegar hasta aquí y no podría hacer nada contra ellos, pero por lo menos estaría a su lado.

- Y, la verdad que sí. Es una pena lo que le pasó, pero no hay mal que por bien no venga.

- ¡Exacto! Pero no le vayas a decir eso a él ¡que te manda al quinto infierno! No te das una idea como se puso cuando le dije que deberíamos hacer como mi pueblo natal que se mantiene al margen… ¡Pegó el grito en el cielo llenándose la boca de que ese es un pensamiento cobarde y traidor! Está tan obsesionado con este asunto…Come y duerme en ese galpón, casi ni lo veo. Solo sale algunos días durante la semana, sin decir nada prende el auto y toma rumbo a la ciudad de las luces.

- ¿Hasta allá se va?, ¡Queda a 142 Km. de aquí!

- Una vez le pregunté a que iba allí tan tarde y me contestó que va a pasear por el Sena y desde ahí se sienta a ver la Torre. Que le hace bien…

- Yo no entiendo que atractivo le encuentran a ese cono de hierro. Además teniendo aquí, a un par de cuadras, la catedral que es tan hermosa, ¡Incomparable!

- Lo mismo digo. Igualmente no creo lo que me dice. Cada vez que vuelve en la madrugada no tiene olor a río ni a cielo, si no a encierro, noche y cigarro. Además es imposible que tan solo un par de hierros puedan tener tanto encanto como para que todas las veces vuelva con el rostro iluminado, como relajado. Es más, las noches que por alguna razón no va, al otro día no lo oigo trabajar, ¡y es imposible no escuchar todo el lío que hace cuando trabaja! Es como si se deprimiera. Ayer por ejemplo no salió, y no trabajó en toda la mañana

- Bueno, sea lo que sea que vaya a ver, mientras que le haga bien…

- Si, ya sé, me alegro por él. Hace un par de horas salió para allá, nunca había ido de día, pero tiene que ir porque la semana pasada terminó de perfeccionar un radio-telegrama que les va a ser muy útil para recibir mensajes secretos del enemigo y poder coactar sus planes. Al parecer fue a recibir un premio por ello.

- ¡Que bueno!, si lo van a honrar debe ser algo importante, ¡tal vez pase a la historia!

- ¡Puede ser!, yo se que el tiene un gran potencial adentro, y el accidente de su pierna no le va a impedir progresar. ¿Más té?

- Por favor.

- Agarra galletas, como en tu casa... ¿No oís algo? Creo que es el auto, tal vez ya está de vuelta, a ver…

De pronto estaba en casa. Manejé 142 Km. de París a Raims y no recuerdo ningún tramo del viaje.

Cuando llegue vi que mi nona Leca se asomaba por la ventana…seguramente estaba ansiosa por saber de mi premio… y mi premio es la daga que tengo clavada en el corazón: un millón…no cualquier millón, si no el que ella iba a sacar del banco el día que la atraparon y la acusaron de traidora.

Entré en la casa y sin decir una palabra me fui directo al galpón.

Hoy eh recibido la noticia que me sacó de este mundo, me amargó. Todas las horas que había pasado allí trabajando para ayudar a acabar con esta guerra y de una vez por todas huir con mi amada y librarla de ese mundo oscuro, triste y solitario fue en vano, y lo que es peor, me jugo en contra. Yo iba a alejarte de esos hombres pervertidos, lujuriosos y malvados…ellos no te amaban, yo sí, y si embargo te maté. Con mi artefacto captaron ese mensaje secreto y te acusaron de traición, y ahora me premian con tu plata por haberte matado, amada mía.

Ya no van a haber noches de sábanas en aquel hotel frente a la Tour Eiffel, ya no va a haber whisky ni cigarro que pueda compartir contigo mientras que charlamos por horas, ni volveré a ver jamás tu rostro deslumbrante que tanta paz me daba, ya no nada. Así no puedo seguir…

-¿¡Y ese ruido!?

-¡Un disparo! Del galpón, ¡MI ÑIETO!

La nona Leca sale corriendo.


Fin.





Mariel L. Villamayor Güino

Como Aquiles

El 7 de Febrero del 2000 cambió el mundo. La noche anterior Alberto se sentó en su cómoda mecedora del living donde solo el podía sentarse. En el preciso momento en que leyó la última palabra de aquel libro una fuerte y desgarradora puntada estremeció su corazón. Con su mano derecha oprimió su pecho, sus dedos estrujaban su piel como si eso fuese a calmar el dolor mientras que la izquierda se aferraba al libro, reafirmando sus pensamientos ante aquel presentimiento.

A la madrugada sus ojos se abrieron de golpe como si un gong hubiera sonado justo detrás de sus oídos. Levantó el control remoto que había caído debajo de la mecedora, prendió la tele y en esa caja vieja de 20 pulgadas vio como su presentimiento se hizo presente.

Con lo puesto y el libro en mano, tomó una pala y en el jardín trasero, entre el jazmín que había plantado su esposa Lucía y el roble, cavó un profundo hoyo donde enterró el libro. Luego, entró en la casa gritándole desesperadamente a su esposa que de inmediato pusiera ropa y comida en una valija y a su hijo Benjamín le ordeno tomar su juguete preferido ya que se irían unos cuantos días de paseo. El tono alarmante de Alberto hizo que en menos de 5 minutos todos ya estuvieran arriba del Ford Falcon modelo 88 huyendo a toda velocidad. El sabía que por ser científico lo buscarían hasta el cansancio: debía resguardarse lejos de la ciudad.

Anduvieron por horas recorriendo rutas, metiéndose en caminos de tierra, muchos de los cuales no conducían a ningún lado, hasta que en un campito de pastos largos vieron una choza abandonada donde decidieron quedarse. Pasando entre todos los pastos altos sin cortar estacionaron el coche detrás de la choza para que no pueda ser visto desde la ruta. Bajaron sus pertenencias y entraron a su nuevo hogar: la casa olía a viejo y guardado, el polvo hacía estornudar a Benjamín, y las arañas habían vestido de seda todo el techo. Era un solo ambiente en donde había un colchón maloliente tirado en el piso, una mesa coja de madera carcomida, y una alacena a punto de caerse. Alberto no podía creer lo que estaba viendo, se encontraba en un lugar alejado de la ciudad donde nació y se crió, donde conoció a su bella esposa y tuvo a su encantador hijo, donde dedico muchas horas de su vida al estudio para llegar a ser lo que era, y paradójicamente ese “ser lo que era” es lo que lo hace estar hoy huyendo y viviendo en una choza de mala muerte. “Maldito el día en que el poder dominó al saber, maldito el día que aquella puntada atacó mi corazón” Pensaba Alberto y se preguntaba “¿Quedará alguna esperanza?” Lucía decía que era algo pasajero, cuestión de tiempo, la gente no permitiría que esto continué. Alberto en cambio sabía que serían muchos los días que pasarían allí, sin embargo, en un recóndito y profundo rincón de su interior sobrevivía una pequeña y cuadrada esperanza: El libro.

Sea como sea, debían organizar las cosas para que no sean descubiertos. Sentaron a Benjamín en la mesa coja y le dieron algunas indicaciones que debían cumplirse a raja tabla de ahora en adelante:

1-No hablar con nadie.

2-Solo se puede salir de la casa en la noche y acompañado de alguno de tus padres.

3-Siempre que veas a una persona o un auto acercarse a la casa, ocúltate.

4- No gritar.

Benjamín tenía tan solo cinco años y no entendía porque dejar su lindo hogar en donde cada día después de almorzar su mama lo hamacaba en el columpio del patio trasero, por una casa lejos de sus amiguitos del barrio y de aquel columpio. Lo que más bronca le daba era el hecho de tener tanto verde alrededor y no poder salir bajo la luz del sol a jugar ser un águila libre que vuela por el mundo, pero lo que él no sabía es que ya nadie era libre. Por suerte había llevado su juguete preferido que lo entretenía en las tardes oscuras, pero al paso de unos días se dio cuenta que un juguete es preferido cuando hay otros para diferenciarlo.

En la choza los días eran largos, el encierro en un cuarto pequeño, sucio y para nada acogedor hacía que cada segundo se extendiera a un minuto. Y ni hablar de las noches: ni los tres cuerpos juntitos podían evitar el frío rajante del campo que calaba en la piel.

Dos semanas pasaron y los pocos víveres que se llevaron a las apuradas aquel 7 de Febrero ya se habían acabado. La falta de comida, de sol y la desesperanza que aumentaba al ver que la situación no cambiaba, hacían que el clima en esas cuatro chapas sea turbio y cansador. Alberto sabía que debía hacer algo, no sobreviran muchos días más así y no iba a permitir que Benjamín conozca lo que el conoció muy bien de chico: el hambre.

A la ciudad no podía acercarse, por lo tanto con su Falcon tomó la carretera y se dirigió al primer pueblo que quedaba a unos 150 Km., rezando durante todo el camino que “ellos” no hayan llegado aún allí.

Una vez en el pueblo su corazón volvió a latir normalmente al comprobar que aún era una zona segura. Cargó nafta y entró al primer mercadito que vio: en el changuito puso cosas como arroz, fideos, todo tipo de legumbres, leche, velas, fósforos, una botella de ginebra para sobrellevar el frío y un cochecito rojo que vio en un estante escondido de juguetes usados para regalarle a Benjamín. Ya había tomado todo lo que necesitaba pero Alberto seguía dando vueltas por las góndolas, hasta que se detuvo por el fondo y pegándole sutilmente a un estante tiró varias latas de arbejas lo cual llamó la atención de la dueña y la sacó de su vigía permanente en la puerta del mercado para ir a ordenar el desastre, momento que Alberto aprovechó para salir corriendo, poner quinta en el auto y huir con la mercadería. Durante el viaje regreso a casa Alberto estaba shockeado, había cometido un robo, el primero y ojala el último, pero la situación lo obligaba, la poca plata que tenía debía utilizarla cuando realmente no le quedara otra opción. Sobrevivir, de eso se trataba.

Llegó a su casa con la luna, estaciono el auto en el lugar de siempre y con su botella de ginebra se sentó a mirar la noche. Mientras se terminaba el alcohol su cabeza no dejaba de volver una y otra vez sobre el mismo tema: ¿Cómo cambió tanto el mundo para llegar a esta terrible situación? Ya no pensaba en la solución, la angustia le consumía tanto el cerebro que a veces ni siquiera recordaba que aún estaba el libro. Siguió tomando hasta terminar la botella y de pronto le pareció ver algo moverse entre los largos pastos: ¿Un perro negro? No, estaba en medio de la nada, aislado, donde solo tres pulmones respiraban, era imposible que un perro haya llegado de la ciudad hasta aquí sin haber muerto de hambre en el camino, debió ser efecto del alcohol, pensó, y de golpe su corazón se comprimio: otra vez una puntada le sacaba el aire y le oprimía el pecho. Se tiró al piso sin hacer ruido para que su esposa no se asustara y se quedó allí hasta que se calmó. No era una buena señal y ya no quedaba donde escapar, los agentes ya han de estar por todas partes.

Entró en la choza, despertó a Benjamín y lo llevó afuera. Abrazándolo fuertemente y frotándolo para que no sintiera tanto el frío de la noche le contó una historia de un aventurero héroe que luchó hasta el final por lo que quería, ese héroe se llamaba Aquiles: de chiquito se alimentaba con fieros jabalíes, entrañas de león y médula de oso para aumentar su valentía, además, aprendió el tiro con arco, el arte de la elocuencia y la curación de las heridas.

Alberto odiaba tener que decirle esto a sus cinco años, pero Benjamín debía entender que se venían tiempos difíciles para él y por lo tanto debía ser valiente, alimentándose de coraje y esperanza, debía hacerle creer a los demás que el puede enfrentar todo, como Aquiles, pero ser prudente, porque olvidarse uno mismo del “Talón” puede jugar en contra; aprender de cada momento y situación de la vida y no dejar nunca que conquisten tu cabeza: podrán encerrarte, podrán atarte de pies y manos, pero nunca podrán callar tus pensamientos. Lucha por ellos hasta el final. Como Aquiles, es más satisfactorio elegir una vida de lucha, corta y gloriosa a una larga en años y anodina. Alberto deseaba con todas sus fuerzas que su hijo no huya como él y con una lagrima en su rostro lo miró fijamente y le dijo: “Haz todo lo que yo no me anime a hacer”. Y con un abrazo y varias lagrimas derramadas, se fueron a acostar, pero para Alberto esta fue una noche de insomnio.

La tibia luz que entraba por la ventana decía que ya faltaba poco para el amanecer y aún nada había pasado. Alberto pensó que tal vez su corazonada no fue más que eso, una corazonada, pero de pronto escuchó ruidos afuera. Se levantó para asomarse sigilosamente por la ventana pero no vio nada. De inmediato un grito estremeció su piel: “Hay un auto, hay gente, hay gente, ¡ENTREN!”. Eran ellos y estaban rodeando la casa, no había donde escapar. Alberto levanto a Lucia y a Benjamín tapándole las caras con su brazo para que no puedan ver. Lo único contundente que tenía a mano era la botella vacía de ginebra. Una patada derribo la puerta y un perro negro furioso entró a morder lo primero que se le cruzara en el camino. Era el perro que le pareció haber visto la noche anterior, estaba seguro. Alberto le tiró fuertemente la botella rompiéndosela en la cara. De inmediato entró un agente y tomándolo del cuello le preguntó quien era, que hacía y porque se estaban escondiendo. El no respondía y aguantaba como podía la asfixia para no mostrar debilidad. El agente al ver que no contestaba tomo una pistola y apuntó en la cien a Benjamín, diciéndole con un tono frío y seguro que le volaría los sesos si no respondía. Una amenaza así no entra y sale por un oído como si nada, por lo tanto Alberto confesó: “Soy científico, vivo en la ciudad, y huyo de ustedes porque sabía que me buscarían hasta el cansancio”, luego agrego: “Mátenme, como ya habrán hecho con cada científico, profesor, estudiante e idealista, que se les cruzó. Mátenme, como ya habrán matado el saber en cada ciudad. Quémenme, como ya habrán quemado cada libro de este mundo, pero mi familia no, por favor, ellos no tiene nada que ver en esto…”

Apenas Alberto terminó de hablar el agente disparo en el pecho de Lucia, dándole a entender que no le importaba la vida de ellos, para luego acabar en un segundo con la de Alberto…

No debe haber peor forma de morir que hacerlo pensando que tu hijo va a tener el mismo destino, y así murió Alberto: podía verse en su rostro duro una expresión de desesperación, de final. Sin embargo, no mataron a Benjamín: no por piedad ni nada que se le parezca, si no porque aún estaba en edad para ser reformado y necesitaban gente para repoblar las ciudades después de la gran masacre que las vacío.

Benjamín no entendía lo que sucedía, horrorizado tomo un pañuelo de su bolsillito y limpiando la sangre del rostro de sus padres pensó que los curaría. Pero ellos ya no estaban allí.

Benjamín fue llevado por los agentes a un reformatorio junto a otros niños que habían quedado huérfanos. Allí se les enseño a respetar el sistema, a apoyar todo lo que el gobierno diga y defenderlo con la vida propia si es necesario. Los años pasaban y el lavado de cabeza aumentaba, cada día bombardeaban sus cerebros con lemas del gobierno, con ideas del sistema de las cuales no podían discernir ni cuestionar, y de a poco les imponían nuevos recuerdos en los cuales sus padres habían sido transgresores del sistema que querían impedir el bienestar social, por lo cual haberlos hecho desaparecer era la única solución para recobrar la paz y la felicidad en el mundo, siendo la misión del reformatorio “limpiar” cualquier “mal gen rebelde” que hayan heredado de sus padres y re-sociabilizarlos para poder reinsertarlos en la sociedad.

En el reformatorio los niños dormían en cuchetas compartidas, las paredes eran de cemento y no había un color distinto al negro, blanco y tonalidades de grises. Los niños habían olvidado que era un juguete, se les tenía prohibido correr, gritar hasta hablar, si lo hacían, debían hablar solo del buen gobierno existente; si no, callarse o dormir. No existían los cumpleaños, ni la palabra amigo. No se permitían los abrazos, los besos ni las caricias.

Así pasó Benjamín 16 años. Ya con veintiuno se lo consideró re-sociabilizado, se le asignó un empleo de oficina y fue enviado a su casa de la infancia.

Cuando llegó a la puerta reconoció algo del lugar. Dentro, los muebles estaban rotos y con polvo de años, cosas tiradas por todos lados, hasta cenizas como si en algún momento hubieran iniciado un fuego. La casa se veía grande y oscura, las persianas caídas no dejaron pasar la luz por mucho tiempo y eso la hacía más triste.

La vida de todos era igual, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. No había entretenimiento: no existía el cine, ni las plazas, ni el teatro, ni nada que promoviera la creatividad de la gente, cualquier tipo de expresión artística había sido borrada del mundo y de la cabeza de los individuos. Picasso, Dalí, Da Vinci y Beethoven eran palabras no incluidas en la historia y cultura general. Solo los actos políticos del gobierno eran aceptados como momentos de recreación: no solo era una forma de apoyar al sistema, si no también una salida familiar. Tampoco existían los lápices ni lapiceras ya que tampoco existía el papel, todo lo que se escribía o leía era en una computadora, las cuales solo había en oficinas. Los barrios eran todos similares, y en las vidrieras solo se veía ropa de tonalidades blancas, negras o grises.

Cada día Benjamín debía ir a la oficina de nueve a cinco de la tarde, y siempre que regresaba a su casa aprovechaba el tiempo para limpiar y arreglar lo que podía. Seis meses le costo dejar la casa ordenada y con los muebles sanos. Solo le quedaba reparar aquel espejo roto del living ubicado justo frente a la mecedora que había arreglado hace poco.

Tomó el espejo y separó el vidrió del marco, en ese mismo momento cae de dentro hacía sus pies algo chico, cuadrado y con apariencia a viejo. Lo recoge: tenía una textura corrugada, como con poros, y con bordes desgastados. Al abrirlo ve que había algo escrito:

“Se que te parecerá raro lo que voy a decir, pero debes creerme, si no, ¿Cómo es que estoy escribiendo aquí?

Me llamo Alberto, soy esposo, padre y científico y te puedo asegurar que el mundo no siempre fue como lo estas viviendo.

Hoy, 7 de febrero del 2000 lo que más temía sucedió: El partido del coronel Alpich tomó el poder y no va a permitir que intelectuales, idealistas, defensores de la patria y revolucionarios se lo saquen. Personas como yo van a ser buscadas y exterminadas, solo sobrevivirán los sumisos, por eso huyo.

Antes de hoy existía un mundo con ideas, con valores, con fuerzas y esperanzas. Antes de hoy uno plasmaba sus pensamientos y los dejaba volar en una hoja como esta, y así se crearon maravillosas obras que estoy seguro que no conoces ni conocerás nunca. ¿Te suena el nombre Borges?, ¿Cortazar?, ¿Nietzsche?, ¿Einstein?, ¿Newton?, ¿Miguel Angelo?, o ¿Cartier Bresson?...Se que no, pero son personas que existieron y dieron grandes aportes y momentos gratos a la humanidad.

Ve al jardín trasero y haz un pozo entre el jazmín y el roble: Justo ahí esta enterrada mi esperanza.

Quien quiera que seas, por mi, por mi esposa Lucia, mi hijo Benjamín, por vos, y por el futuro, abre los ojos, lee cada palabra y lucha hasta el final.

Alberto”

Sin darse cuenta había estado derramando lágrimas desde el comienzo de la carta. Corrió al patio y con sus uñas escarbo la tierra sin cansancio y sin pensar en que podría encontrarse allí, hasta que después de mucho arañar el suelo rozo algo: ahí estaba lo que le hablaba su padre.

Lo tomó y una vez que le sacó toda la tierra pudo observarlo: El libro tenía una tapa dura de color verde. Las letras son amarillo oro, algunas pequeñas y otras más grandes. El nombre Marx esta subrayado con color rojo.

Verde, amarillo y rojo, ¡hace cuanto que no veía esos colores! Y ante sus ojos pasó aquella mañana del 7 de febrero en que abandonaron la casa; se le cruzó el columpio después del almuerzo que ya no estaba en el jardín; el verde campo de pastos largos; el autito rojo que su padre le regalo; el nombre Aquiles y aquel pañuelo ensangrentado con la vida de sus padres. Y una frase de aquella fría y última noche se le vino muy clara en la mente: “podrán encerrarte, podrán atarte de pies y manos, pero nunca podrán callar tus pensamientos. Lucha por ellos”…como Aquiles.

El mundo puede dar un respiro más, aún no está escrito el final.



Mariel L. Villamayor Güino

"E" de E-lefante

Comencemos a mis seis años…



Situación: Aula de 1º grado.
Consigna: Escribir una palabra con cada letra del abecedario.


Recuerdo que en las paredes de mi aula colgaban cartelitos con cada una de las letras del abecedario acompañadas con un dibujo de algún animal u objeto que representara esa letra, lo cual facilitaría la ardua labor…
Sin embargo había un problema: cada mañana olvidaba cual era la letra “E” de E-lefante, cosa que no sucedía cuando a la noche, con mi mamá, leía cuentos como “Caperucita roja” o “La Cenicienta”, esa “E” estaba bien incluida en mi vocabulario.
¡¿Cómo podía ser?! Parecía como si me hubieran lanzado un hechizo en el cual cada vez que el alba iluminara cada rincón del planeta esa rebelde letra desaparecería de mi mente hasta que cayera el crepúsculo…o bien, podríamos decir simplemente que no quería hacer la tarea y mi Súper Yo bloqueaba a propósito esa “E” de E-lefante. Digamos que era a causa del hechizo…
De todos modos, cada mañana, más de una vez al día, debía ir con mi maestra (después de hacer la larga cola de compañeritos que tenían dudas) y preguntarle siempre lo mismo: “¿Cómo hago la letra E?”
A lo cual, siempre con paciencia y con ese mismo dulce tono de voz, me respondía: “Es la letra que está después del D-ado, la “E” de E-lefante”.

Desearía evocar también otra situación en esa querida aula de 1º grado:
Era un viernes y la maestra nos dio una tarea para el fin de semana. Luego de la agotadora jornada escolar regresé a mi casa totalmente furiosa e indignada porque la “señorita” (como se le dice a toda maestra, sin tener en cuenta si es soltera, casada, con o sin hijos, si es menor de 30 años, o si incluso pasó hace ya mucho los 50…sea como sea es “la seño”) nos había dado una cantidad impresionante de tarea, lo cual complicaba mis importantísimos eventos y reuniones del fin de semana, como jugar a las Barbies, invitar a Aye a dormir a casa, jugar a la escondida con los chicos del barrio, etc.
Mi mama y hermanos mayores, al notar mi bronca, preguntaron que me había pasado, y como yo necesitaba descargarme, les conté totalmente indignada que la profesora nos había dado para el fin de semana escribir ¡tres renglones de una palabra!
Mis hermanos comenzaron a reírse y ahí fue cuando entendí como lo que para uno puede ser terrible e insuperable, para otros es algo insignificante. Diferencia de opiniones diría, y momentos de la vida ¿por qué no?... ¡Gloria al profesor que hoy en día me de a estudiar tres renglones!

1º grado… el recreo… los pebetes en el recreo… el “late, nola”… la mancha… el elástico… los noviecitos… los dictados… las “seños”… la escuela…
Esa escuela quedó atrás, pero dejó varias cosas en el camino: como a mi profesor de literatura de 3er año, Diego Batilana, quien por suerte nos hizo leer los imperdibles títulos de “100 años de Soledad” y “1984”, libros que me hicieron entrar en la maravillosa rutina de ir caminando por la calle y al ver una librería entrar aunque sea para chusmear, y alguna que otra vez, si el bolsillo lo permite, comprar algún cuentito de Cortazar.
Se me viene a la cabeza un libro, “El pintor que escribía”. Sinceramente no recuerdo el nombre de la autora, pero si recuerdo haberlo leído para matar el tiempo en el micro yendo a Tucumán. Me gustó tanto que no le di respiro y lo termine a las tres horas, o sea que estuve doce horas más de viaje mirando el techo. Mi amiga Ayelén, a quien en la primaria quería siempre invitar a dormir, y a quien luego de ese trágico diciembre del 2001 no pude invitar más porque el destino la puso en un avión con su familia rumbo a Italia para escapar de la crisis, viajaba conmigo y me pidió prestado el libro para también matar el tiempo. Una vez que llegamos a Tucumán, con el apuro de bajar por fin a estirar las piernas, se lo olvidó en el asiento del micro. La tana me debe un libro…
Italia…en el 2005 fui a visitar a la Italia de mi amiga tana. Lo que más me quedó grabado en ese viaje, sin contar lo imponente del coliseo y lo absurdo y contradictorio de la grandiosidad del Vaticano, fue lo feo que se siente, luego de haber estado en una reunión con conocidos de mi amiga, no poder comunicarte por la limitación del idioma. Tan mal me sentí que al día siguiente escribí una carta en donde el remitente era yo misma, era mi necesidad de desahogarme. En esa reunión no solo no sabía la “E” de E-lefante, si no que el abecedario completo me era desconocido… ¡y todo por culpa de ese hechizo!…



Mariel L. Villamayor Güino

Wilde

No Voy A Dejar de Hablarle Sólo Porque no me Esté Escuchando. Me Gusta Escucharme a mi mismo. Es uno de mis Mayores Placeres. A menudo Mantengo Largas Conversaciones Conmigo Mismo, y soy tan Inteligente que a veces no Entiendo Ni una Palabra de lo Que Digo.

Viaje

Varios años llevo sumados de viajes, de horas arriba de cualquier tipo transporte, que me vieron crecer, que me llevaron y me trajeron a diferentes lugares y por distintos motivos, acompañados de charlas, de libros y música, llenos de pensamientos, cuestiones, llantos y alegrías, de mañana, de tarde o de noche, con frío o calor, en invierno o verano, en semanas y fines de semana, despierta o en sueños, sola o acompañada, con y sin ganas, ahí me encuentro, sentada o parada, apretada o cómoda en un tren, un colectivo, un auto, un subte, en distintos momentos de mi vida, pero siempre viajando. 

lunes, 18 de mayo de 2009

Esper Mato Zoide

Corren, corren, corren (¿O nadan?). Saben que son miles y que sólo hay uno que va a llegar. No tienen ni tiempo para mirar a sus enemigos íntimos, que además de sus asesinos son sus hermanos. Corren o nadan, corren o nadan, uno le muerde la cola al otro, el otro se la devuelve en la cabeza, le arranca la piel, se quedan ambos en el camino. Hay uno que va a primero, él quiere llegar al útero, quiere nacer. Sólo piensa en la metamorfosis, en meterse en la licuadora con algún óvulo y convertirse en un pibe rubio o colorado. Lo siente, le late en el corazón. Sabe como se va a querer llamar, que va a ser hincha de, que va a tocar el piano. Nada a toda velocidad, si no se apura, no nace. 

Llegué. Llegué. ¡Al fin! No me lo imaginaba así, que chiquito. ¿Acá voy a convertirme en un hombre gigante de un metro? ¿Y el óvulo donde está? Me tengo que arreglar, me tengo que poner lindo, estoy todo transpirado, vengo corriendo hace 12 horas. ¡Qué nervio! ¿Y si me equivoqué? ¿Y si llegué al intestino grueso? ¿O estaré en el cerebro? ¿Era "útero" la dirección o era "un tero"? Que sea lo que dios quiera. 1, 2, 3, ¡TRANSFORMACIÓN!

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