jueves, 28 de mayo de 2009

"E" de E-lefante

Comencemos a mis seis años…



Situación: Aula de 1º grado.
Consigna: Escribir una palabra con cada letra del abecedario.


Recuerdo que en las paredes de mi aula colgaban cartelitos con cada una de las letras del abecedario acompañadas con un dibujo de algún animal u objeto que representara esa letra, lo cual facilitaría la ardua labor…
Sin embargo había un problema: cada mañana olvidaba cual era la letra “E” de E-lefante, cosa que no sucedía cuando a la noche, con mi mamá, leía cuentos como “Caperucita roja” o “La Cenicienta”, esa “E” estaba bien incluida en mi vocabulario.
¡¿Cómo podía ser?! Parecía como si me hubieran lanzado un hechizo en el cual cada vez que el alba iluminara cada rincón del planeta esa rebelde letra desaparecería de mi mente hasta que cayera el crepúsculo…o bien, podríamos decir simplemente que no quería hacer la tarea y mi Súper Yo bloqueaba a propósito esa “E” de E-lefante. Digamos que era a causa del hechizo…
De todos modos, cada mañana, más de una vez al día, debía ir con mi maestra (después de hacer la larga cola de compañeritos que tenían dudas) y preguntarle siempre lo mismo: “¿Cómo hago la letra E?”
A lo cual, siempre con paciencia y con ese mismo dulce tono de voz, me respondía: “Es la letra que está después del D-ado, la “E” de E-lefante”.

Desearía evocar también otra situación en esa querida aula de 1º grado:
Era un viernes y la maestra nos dio una tarea para el fin de semana. Luego de la agotadora jornada escolar regresé a mi casa totalmente furiosa e indignada porque la “señorita” (como se le dice a toda maestra, sin tener en cuenta si es soltera, casada, con o sin hijos, si es menor de 30 años, o si incluso pasó hace ya mucho los 50…sea como sea es “la seño”) nos había dado una cantidad impresionante de tarea, lo cual complicaba mis importantísimos eventos y reuniones del fin de semana, como jugar a las Barbies, invitar a Aye a dormir a casa, jugar a la escondida con los chicos del barrio, etc.
Mi mama y hermanos mayores, al notar mi bronca, preguntaron que me había pasado, y como yo necesitaba descargarme, les conté totalmente indignada que la profesora nos había dado para el fin de semana escribir ¡tres renglones de una palabra!
Mis hermanos comenzaron a reírse y ahí fue cuando entendí como lo que para uno puede ser terrible e insuperable, para otros es algo insignificante. Diferencia de opiniones diría, y momentos de la vida ¿por qué no?... ¡Gloria al profesor que hoy en día me de a estudiar tres renglones!

1º grado… el recreo… los pebetes en el recreo… el “late, nola”… la mancha… el elástico… los noviecitos… los dictados… las “seños”… la escuela…
Esa escuela quedó atrás, pero dejó varias cosas en el camino: como a mi profesor de literatura de 3er año, Diego Batilana, quien por suerte nos hizo leer los imperdibles títulos de “100 años de Soledad” y “1984”, libros que me hicieron entrar en la maravillosa rutina de ir caminando por la calle y al ver una librería entrar aunque sea para chusmear, y alguna que otra vez, si el bolsillo lo permite, comprar algún cuentito de Cortazar.
Se me viene a la cabeza un libro, “El pintor que escribía”. Sinceramente no recuerdo el nombre de la autora, pero si recuerdo haberlo leído para matar el tiempo en el micro yendo a Tucumán. Me gustó tanto que no le di respiro y lo termine a las tres horas, o sea que estuve doce horas más de viaje mirando el techo. Mi amiga Ayelén, a quien en la primaria quería siempre invitar a dormir, y a quien luego de ese trágico diciembre del 2001 no pude invitar más porque el destino la puso en un avión con su familia rumbo a Italia para escapar de la crisis, viajaba conmigo y me pidió prestado el libro para también matar el tiempo. Una vez que llegamos a Tucumán, con el apuro de bajar por fin a estirar las piernas, se lo olvidó en el asiento del micro. La tana me debe un libro…
Italia…en el 2005 fui a visitar a la Italia de mi amiga tana. Lo que más me quedó grabado en ese viaje, sin contar lo imponente del coliseo y lo absurdo y contradictorio de la grandiosidad del Vaticano, fue lo feo que se siente, luego de haber estado en una reunión con conocidos de mi amiga, no poder comunicarte por la limitación del idioma. Tan mal me sentí que al día siguiente escribí una carta en donde el remitente era yo misma, era mi necesidad de desahogarme. En esa reunión no solo no sabía la “E” de E-lefante, si no que el abecedario completo me era desconocido… ¡y todo por culpa de ese hechizo!…



Mariel L. Villamayor Güino

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